En un pequeño pueblo rodeado de montañas, vivía un joven llamado Julián, conocido por su profundo amor por las palabras. Desde que tenía memoria, había estado enamorado de una joven llamada Rakel, una mujer cuya belleza y gracia no conocían comparación. Ella caminaba por las calles del pueblo como una hermosa princesa, y los corazones de todos los hombres caían rendidos a sus pies. Sin embargo, Rakel era ajena a su afecto. Aunque Julián había crecido junto a ella, nunca había tenido el valor de confesar sus sentimientos. Se mantenía a una distancia segura, observándola en silencio, enamorado de su risa, de su mirada y de su inalcanzable presencia.
Cada día, Julián se despertaba con una sensación de vacío, como si su alma estuviera vacía de vida sin la presencia de Rakel. En su mente, la imagen de ella siempre estaba presente. La veía caminando por el campo, cantando, disfrutando de la vida sin darse cuenta del amor que alguien sentía por ella. Cada vez que se cruzaban, su corazón latía con fuerza, pero sus palabras quedaban atrapadas en su pecho, incapaces de salir.
En las noches, cuando el silencio del pueblo se apoderaba de todo, Julián se sentaba frente a su ventana, mirando las estrellas, buscando consuelo en el vasto cielo. Era entonces cuando su corazón se desbordaba y comenzaba a escribirle cartas a Rakel. Cartas llenas de emoción, de amor incondicional, de promesas de un futuro que solo existía en su mente. Pero nunca se atrevió a entregarlas. En lugar de eso, las guardaba en un cajón, donde sus palabras morían sin ser escuchadas.
Una tarde, Julián decidió que no podía seguir viviendo en silencio. Sabía que Rakel era perseguida por muchos otros, pero su amor por ella era más grande que su miedo. Se armó de valor y decidió hablarle. Se acercó a ella, su alma palpitando con fuerza, y con un hilo de voz le confesó lo que sentía. Rakel, sorprendida, lo miró con una sonrisa, pero no dijo nada. La joven se apartó suavemente y se alejó, dejándolo con el corazón hecho pedazos.
Esa noche, Julián no pudo dormir. Sentía que algo se había roto dentro de él, como si un trozo de su alma hubiera sido arrancado. Sin embargo, en su dolor, encontró una extraña paz. Por fin había sido honesto consigo mismo. A la mañana siguiente, Rakel se acercó a él, pero no con palabras frías, sino con una mirada más cálida. No podía corresponderle de la misma manera, pero le agradeció su valentía. Rakel, con un leve suspiro, le confesó que siempre había admirado su alma sensible, aunque no sentía lo mismo por él.
Julián comprendió entonces que el amor verdadero no siempre es correspondido, pero que la valentía de amar y ser fiel a uno mismo era lo que realmente importaba. Desde ese día, su amor por Rakel nunca desapareció, pero aprendió a amarla de una manera más pura, dejando que sus sentimientos se fundieran en los recuerdos más hermosos de su vida. Al final, fue el amor no correspondido lo que lo liberó, y encontró en su corazón la paz que siempre había buscado.
Autor: Mauricio Jomma