El amor es una experiencia transformadora, un viaje profundo que cambia a quien se atreve a recorrerlo. A veces el amor duele, se convierte en un eco constante en la mente y el corazón, y cada intento por ignorarlo solo hace que su presencia sea aún más palpable. He comprendido que algunas de las huellas más profundas no se pueden borrar, y está bien. Amar a alguien implica no solo disfrutar de los momentos compartidos, sino también aceptar el vacío que queda si esa persona ya no está.
Más que una prisión, el recuerdo de un amor se convierte en una fuente de fortaleza cuando aprendes a vivir con él. Es un recordatorio de lo que es capaz de hacer el corazón humano: entregarse sin reservas y, aun en la pérdida, encontrar en esos recuerdos la esencia de lo que nos hace humanos. Dejar ir físicamente no significa olvidar o cerrar el corazón; significa hacer las paces con lo vivido, llevar ese amor contigo sin esperar a que desaparezca.
Amar y aceptar la pérdida es, en sí mismo, un acto de valentía. Al final, todo amor es aprendizaje. Aprendemos sobre nosotros mismos, sobre la profundidad de nuestros sentimientos y sobre el valor de la aceptación. Aprender a convivir con la nostalgia, con el recuerdo, y encontrar paz en ello es una prueba de que el amor verdadero no se basa en la permanencia física, sino en la permanencia en nuestro ser, en nuestras memorias y en la forma en que cambia nuestra vida para siempre.
Mauricio Jomma